El pueblo de Navalagamella está sin duda alguna marcado por la historia, la trágica guerra civil y otra serie de acontecimientos dejaron aquí profunda huella. Pero además, es una villa donde la tradición, la cultura y la leyenda se mezclan para dar como resultado un lugar realmente increíble. A lo largo de varios meses hemos podido indagar en cada uno de estos aspectos y ahora, os mostramos aquí la última parte de este completo trabajo de campo del que esperamos hayáis disfrutado tanto como nosotros. Gracias a todos amigos.
La Leyenda de San Miguel y El Paraje de los Templarios Degollados
Si existe una celebración en Navalagamella que destaca sobre todas las demás, esta es sin duda alguna, la Romería de San Miguel Arcángel. Durante el primer fin de semana del mes de Mayo, cada año, el pueblo se involucra de manera activa en los actos dedicados al arcángel. Las actividades son de lo más variadas yendo desde lo que son los actos puramente religiosos, hasta una gran cantidad de actividades deportivas o musicales en los que como decimos las gentes de Navalagamella ponen todo su entusiasmo y cariño. Sin duda alguna, es un gran momento para acudir a este hermoso pueblo. Pero la historia de la aparición de San Miguel está envuelta en una increíble leyenda que os contaremos a continuación…
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Aunque existen distintas fechas para el comienzo de nuestra narración, la mayoría de las fuentes que hemos podido consultar (incluidos algunos vecinos del lugar) nos hablan de año 1455, como el momento en el que arrancó la leyenda que vamos a contaros. Todo acaeció una tarde, casi al anochecer, en la que el humilde pastor Miguel Sánchez, pastoreaba su rebaño en los terrenos conocidos como «El paraje de los degollados», (en realidad el propietario de las ovejas era Don Pedro García De Ayuso, vecino de la llamada «aldea de abajo», de la aldea de los degollados, cuya jurisdicción política pertenecía por aquel entonces a Navalagamella) una pradera hermosa, fecunda en yerbas y retamas (podemos aseguraros que actualmente conserva sin duda ese mismo aspecto) por donde estaba acostumbrado a trabajar. De pronto, nuestro protagonista se vio deslumbrado por un hermoso haz de luz y fue en este momento cuando súbitamente, se apareció sobre una encina centenaria (de la cuál todavía hoy se conservan algunos restos dentro de la misma ermita) el mismo Arcángel San Miguel, de apariencia joven y hermosa. Ante tan extraordinaria visión, nuestro pastor no pudo sino quedarse paralizado. San Miguel notando entonces el miedo de nuestro amigo, pronunció estas palabras:
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«Miguel no temas, yo soy uno de los siete Espíritus, que asistimos en la presencia de Dios, de quien soy enviado para decirte como es voluntad Divina, y de su agrado, que en este sitio se funde una Ermita a honor y memoria de San Miguel y sus Ángeles, y una Cofradía de su nombre, a mayor Gloria de Dios, y culto de sus Angélicos Mensajeros; y así luego vete a decirlo en el Pueblo vecino» Tras unos primeros instantes de terror, Miguel decide por fin dirigirse a su celestial interlocutor, le dice que él no puede hacerse cargo de tan insigne petición, pues además de no creerle, todos se reirían de él. San Miguel entonces le conmina a que deje atrás sus temores y se embarque sin dudar en la divulgación de su mensaje. «Anda, da cuenta a tu amo que yo haré de modo que te crean y que en este Valle ilustre levante un sagrado tabernáculo en honra de los Santos Ángeles.» Situando entonces sus manos sobre la encina, San Miguel deja su impronta en forma de huellas en el tronco del árbol para que todos puedan ver que efectivamente allí tuvo lugar su prodigiosa aparición. Después de esto desaparece y deja allí a nuestro protagonista, todavía lleno de dudas y temor. No sabe que hacer y finalmente, el miedo al ridículo vence a su conciencia por lo que silencia todo lo que acaba de ocurrirle. Como ya podéis imaginar aquel «silencio» no fue precisamente del agrado de su mensajero, por lo que Miguel sufriría un terrible castigo… Días después de su angelical encuentro, Miguel se dispuso a acostarse, pero al despertar el terror se apoderó de nuevo de todo su cuerpo, se había quedado tullido !!! su cuerpo inerte no respondía a su cerebro y era incapaz de levantarse, asustado comenzó a gritar y aunque fueron muchos los vecinos que trataron de ayudarle, ningún ungüento ni remedio parecía poder aliviar su repentina parálisis. Tras días de padecer esta terrible situación, Miguel comprendió al fin que aquello no podía ser otra cosa que el castigo por no divulgar el mensaje que le habían transmitido y puesto que ya no le quedaba nada más que perder se decidió al fin a contar a Don Pedro, su amo, lo que le había ocurrido en el paraje de los degollados: «Señor amo, dijo el tullido Miguel, son escusados medicamentos; toda humana diligencia es ineficaz para la curación de mi enfermedad, que este trabajo me ha sobrevenido por permisión de Dios, en pena de mi incredulidad o poca fe de un milagro, y es ordenada señal, a fin de que me crean, que en el monte se me ha aparecido el Arcángel San Miguel sobre una encina y una jara intimidándome el orden de la voluntad Divina; sobre que en aquel mismo sitio se labre una ermita, en honra, y culto de San Miguel, y allí ha dejado puesta una señal de su mano, para más auténtico testimonio de su aparición sobre la encina dichosa.» Don Pedro escuchó con atención las palabras de su mozo, una vez que lo hizo envió a un muchacho a Navalagamella donde los vecinos al enterarse del suceso partieron de inmediato a casa de Don Pedro en San Sebastián de los Degollados. Una vez allí y tras escuchar de nuevo el relato de Miguel, decidieron cogerlo en volandas y llevarlo de nuevo hasta donde todo había comenzado. Allí pudieron observar las marcas que había dejado San Miguel en la encina y viendo todos la «mano de Dios» en aquel árbol, decidieron emprender la construcción de la ermita que les había sido encomendada. Una vez decidido aquello trasladaron de nuevo al pastor hasta la iglesia parroquial donde dieron unas misas en honor de San Miguel y tal y como se esperaba, el pastor recuperó de inmediato su salud.
«Miguel no temas, yo soy uno de los siete Espíritus, que asistimos en la presencia de Dios, de quien soy enviado para decirte como es voluntad Divina, y de su agrado, que en este sitio se funde una Ermita a honor y memoria de San Miguel y sus Ángeles, y una Cofradía de su nombre, a mayor Gloria de Dios, y culto de sus Angélicos Mensajeros; y así luego vete a decirlo en el Pueblo vecino» Tras unos primeros instantes de terror, Miguel decide por fin dirigirse a su celestial interlocutor, le dice que él no puede hacerse cargo de tan insigne petición, pues además de no creerle, todos se reirían de él. San Miguel entonces le conmina a que deje atrás sus temores y se embarque sin dudar en la divulgación de su mensaje. «Anda, da cuenta a tu amo que yo haré de modo que te crean y que en este Valle ilustre levante un sagrado tabernáculo en honra de los Santos Ángeles.» Situando entonces sus manos sobre la encina, San Miguel deja su impronta en forma de huellas en el tronco del árbol para que todos puedan ver que efectivamente allí tuvo lugar su prodigiosa aparición. Después de esto desaparece y deja allí a nuestro protagonista, todavía lleno de dudas y temor. No sabe que hacer y finalmente, el miedo al ridículo vence a su conciencia por lo que silencia todo lo que acaba de ocurrirle. Como ya podéis imaginar aquel «silencio» no fue precisamente del agrado de su mensajero, por lo que Miguel sufriría un terrible castigo… Días después de su angelical encuentro, Miguel se dispuso a acostarse, pero al despertar el terror se apoderó de nuevo de todo su cuerpo, se había quedado tullido !!! su cuerpo inerte no respondía a su cerebro y era incapaz de levantarse, asustado comenzó a gritar y aunque fueron muchos los vecinos que trataron de ayudarle, ningún ungüento ni remedio parecía poder aliviar su repentina parálisis. Tras días de padecer esta terrible situación, Miguel comprendió al fin que aquello no podía ser otra cosa que el castigo por no divulgar el mensaje que le habían transmitido y puesto que ya no le quedaba nada más que perder se decidió al fin a contar a Don Pedro, su amo, lo que le había ocurrido en el paraje de los degollados: «Señor amo, dijo el tullido Miguel, son escusados medicamentos; toda humana diligencia es ineficaz para la curación de mi enfermedad, que este trabajo me ha sobrevenido por permisión de Dios, en pena de mi incredulidad o poca fe de un milagro, y es ordenada señal, a fin de que me crean, que en el monte se me ha aparecido el Arcángel San Miguel sobre una encina y una jara intimidándome el orden de la voluntad Divina; sobre que en aquel mismo sitio se labre una ermita, en honra, y culto de San Miguel, y allí ha dejado puesta una señal de su mano, para más auténtico testimonio de su aparición sobre la encina dichosa.» Don Pedro escuchó con atención las palabras de su mozo, una vez que lo hizo envió a un muchacho a Navalagamella donde los vecinos al enterarse del suceso partieron de inmediato a casa de Don Pedro en San Sebastián de los Degollados. Una vez allí y tras escuchar de nuevo el relato de Miguel, decidieron cogerlo en volandas y llevarlo de nuevo hasta donde todo había comenzado. Allí pudieron observar las marcas que había dejado San Miguel en la encina y viendo todos la «mano de Dios» en aquel árbol, decidieron emprender la construcción de la ermita que les había sido encomendada. Una vez decidido aquello trasladaron de nuevo al pastor hasta la iglesia parroquial donde dieron unas misas en honor de San Miguel y tal y como se esperaba, el pastor recuperó de inmediato su salud.
Se cuenta también que una vez terminada la Ermita en honor a San Miguel, nuestro protagonista abandonó el pastoreo, dedicándose en cuerpo y alma a llevar una vida de santidad hasta el fin de sus días. Evidentemente la pobre Encina, después de todo aquello quedó bastante dañada debido al fervor y al afán por obtener algún pedazo de tan impresionante reliquia y hoy como decimos, hoy en día, apenas si quedan unos pocos restos en el interior de la Ermita. Respecto al lugar donde todo aconteció, «El paraje de los degollados», y el origen de dicho topónimo, hemos podido conocer también distintas versiones. La más popular nos cuenta que al parecer en aquél recinto existía en tiempos un lugar de reunión y culto del temple (debemos decir no obstante, que por lo que sabemos nunca se han encontrado restos arqueológicos que avalen esta versión en ninguna de las excavaciones posteriores que se han efectuado en la zona) en el que vivían varios de estos míticos caballeros. Sin embargo, después de que entrara en vigor el llamado Concilio de Vienne, entre el 16 de Octubre de 1311 y el 3 de Abril de 1312 en el que el Papa anunciaba la supresión del Temple, los monjes que allí residían sufrieron idéntica suerte que la mayoría de los pertenecientes a dicha orden. Es decir, fueron ajusticiados allí mismo, sus gargantas seccionadas y sus cabezas separadas del cuerpo rodaron por aquellas verdes praderas…
La otra versión, más «tranquila» nos cuenta sencillamente que aquél paraje se denomina así por su cercanía con la mencionada aldea de San Sebastián de los Degollados, lugar donde vivía el amo de nuestro protagonista y que fue , como hemos comentado también, una localidad aneja a Navalagamella durante muchos años. En cualquier caso y sin lugar a dudas la leyenda de la aparición de San Miguel resulta apasionante y enigmática. Es realmente maravilloso y un verdadero honor para nosotros, haber podido escuchar de los labios de algunos de los vecinos de Navalagamella aquella maravillosa historia y revivirla con ellos mientras en su mirada perdura aun el brillo de la leyenda y la fe en el Arcángel San Miguel, patrón de esta bella localidad y protector de todos sus habitantes.
La otra versión, más «tranquila» nos cuenta sencillamente que aquél paraje se denomina así por su cercanía con la mencionada aldea de San Sebastián de los Degollados, lugar donde vivía el amo de nuestro protagonista y que fue , como hemos comentado también, una localidad aneja a Navalagamella durante muchos años. En cualquier caso y sin lugar a dudas la leyenda de la aparición de San Miguel resulta apasionante y enigmática. Es realmente maravilloso y un verdadero honor para nosotros, haber podido escuchar de los labios de algunos de los vecinos de Navalagamella aquella maravillosa historia y revivirla con ellos mientras en su mirada perdura aun el brillo de la leyenda y la fe en el Arcángel San Miguel, patrón de esta bella localidad y protector de todos sus habitantes.
Caminando por la historia
Recorrer las calles de Navalagamella es, sin lugar a duda, pasear por la historia. Prácticamente en cada rincón podemos encontrar sorprendidos un retazo de alguno de los muchos momentos históricos que se han vivido aquí. Pero para hacer más sencillo nuestro camino nos dejamos aconsejar por nuestra gran amiga y concejala de cultura de la localidad, Laura Blázquez, que inmediatamente nos orienta de manera magistral para que no nos perdamos absolutamente ninguno de estos rincones. Iniciamos nuestra ruta en la misma entrada del pueblo, allí solemne y poderosa, se levanta la hermosa iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Estrella, la principal de esta localidad. Esta edificación data del siglo XVI, diremos también que el cementerio local se encuentra anexo a esta misma construcción lo que le da sin duda al conjunto un aire realmente impresionante. La visita nocturna, que os recomendamos, resulta todavía más llamativa, pues la iglesia suele estar iluminada de manera que su aspecto resulta todavía más bello y espectacular..
Continuamos nuestro paseo por la Avenida de la Constitución hasta llegar a la conocida como Calle Ancha, allí en su confluencia con la esquina de la Calle de la Iglesia, topamos con un hermoso arco enrejado perteneciente a una antigua casa señorial de las que existían en este lugar, quizá incluso, la misma a la que llegó el mensajero enviado por Don Pedro García de Ayuso para avisar de lo sucedido a Miguel Sánchez y su encuentro con el arcángel. En cualquier caso nuestra imaginación permanece activa durante todo el recorrido, pues como hemos mencionado ya, prácticamente en cada esquina podemos encontrar una historia o un lugar de máximo interés para nosotros. Seguimos avanzando hasta llegar a la conocida Plaza de España, y en este lugar volvemos a toparnos de lleno con la historia, pues podemos observar la popular «Torre del Reloj»(siglo XVII) y el «Arco-Puerta» (siglo XVI), posiblemente de los pocos indicios restantes ya de su primer ayuntamiento.
Subimos ahora por la Calle San Sebastián y podemos ver los edificios de las antiguas escuelas de 1892, avanzamos a buen ritmo hasta la Calle San Juan, donde al final de la misma localizamos otra de las muchas curiosidades artísticas de este lugar, la Ermita de San José, reconstruida tras la guerra civil y en donde atónitos podemos observar dos enormes cabezas de obuses a modo de ¿adorno? justo en su frontal. Os garantizamos que realmente es una imagen que no se olvida con facilidad. Aunque la mejor sorpresa de este pequeño itinerario la íbamos a descubrir unos metros más adelante, subimos ahora por un sendero de arena, alejándonos ya unos metros de la zona residencial y de pronto, allí está, enorme y descomunal, mágica y antigua, la Piedra de la Cigüeña o Piedra Gorda de la que os hablaremos más en detalle puesto que como decimos supuso para nosotros el mayor «descubrimiento» de este tranquilo paseo.
Ya casi finalizando nuestro recorrido, regresamos sobre nuestros pasos hasta llegar a la Plaza del Dos de Mayo, seguramente se trata de el punto más transitado del pueblo, podría decirse que es el punto de encuentro por excelencia de los vecinos de Navalagamella. Aun así, justo frente a nosotros, descubrimos un curioso «monolito» pétreo que llama nuestra atención, al acercarnos, descubrimos que se trata ni más ni menos que de un «vedado de caza» concedido en el año 1793 a los vecinos del pueblo, tocar con las manos esta piedra, cuya inscripción todavía puede leerse con facilidad, supone rozar la historia con la palma de la mano y una experiencia realmente inolvidable.
Por último salimos ahora en dirección a Colmenar de Arroyo, siguiendo la carretera apenas unos cientos de metros, nos toparemos con otra de las más bellas Ermitas del lugar, la del Santo Cristo, un edificio barroco del siglo XVII y ampliado ya en siglo pasado que al igual que sus «compañeras» a sabido conservar toda la belleza de su construcción original.
La enigmática «Piedra de la Cigüeña»
A lo largo de los meses en los que hemos elaborado nuestro trabajo de campo en Navalagamella, nos hemos encontrado con lugares de gran interés, molinos harineros de época medieval, bunker y refugios de la guerra civil, acuartelamientos abandonados, ermitas llenas de historia, leyendas y en definitiva enclaves realmente únicos. Sin embargo, si hubo uno que nos provocó mayor sorpresa fue este del que os hablaremos ahora. Es uno de estos sitios que casi encontramos por casualidad, de hecho, en un principio ni tan siquiera nos planteamos su búsqueda y probablemente eso fue lo que hizo que al verla nos impresionara del modo en que lo hizo. La «Peña Gorda» o «Piedra de la Cigüeña» es uno de estos enclaves mágicos y llenos de energía con los que en ocasiones hemos tenido la fortuna de encontrarnos y en los que cualquiera puede percibir que se haya en un lugar especial. Lo primero que sorprende de esta «piedra» es su tamaño, la forma en la que parece erguirse y el modo en que parece mantener su «equilibrio» sobre la pendiente en la que se encuentra ubicada. Cuenta la historia que circula sobre ella, (que por cierto hemos podido contrastar con varios vecinos de allí) que en origen era del doble de tamaño que ahora, pero que al parecer un rayo la partió por la mitad dejándola con su aspecto actual. La otra mitad, rodó pendiente abajo y los habitantes de la zona la emplearon en la construcción de una de las viviendas del pueblo. Pero como no podía ser de otra manera, «La Peña Gorda» tiene más de una historia, al parecer se la conoce también como «La Piedra de la Cigüeña», porque una de estas hermosas aves decidió durante largo tiempo anidar en lo alto de este bolo granítico , pero no solo eso, pues cuando pensábamos que ya no podíamos conocer nada más de este lugar descubrimos algo insólito. Allí, en su base, las estrellas iluminaban para nosotros una curiosa «ofrenda», una serie de «velas» decoradas con bellos colores y los restos de algún tipo de flor formaban una suerte de altar a los pies de nuestra roca.